Menú

martes, 31 de agosto de 2021

DESPUÉS DE LAS TRINCHERAS

 Después de  la tempestad vino la calma, todo se quedó en silencio, a oscuras. Era difícil avanzar por entre los cuerpos amontonados y mutilados; el olor agridulce de la sangre se mezclaba con el barro de las trincheras, con los restos de metralla, el polvo asfixiante, los gemidos aterradores y apagados de los muertos vivientes. No obstante era  preciso avanzar, avanzar o morir, no cabía otra. Las pesadas botas se quedaban adheridas a esa mezcla hedionda y alquitranada, algunos compañeros moribundos le suplicaban alguna que otra última gracia, lo atrapaban, como malamente podían, por las piernas o por los pantalones desvencijados. Alejandro tenía miedo, nunca en su vida había tenido tanto miedo, buscaba desesperadamente una salida; el enemigo, bayoneta en mano, había descendido ya por el inmenso boquete y avanzaba con determinación hacia delante, rematando piadosamente a su paso aquellos despojos balbucientes que tan sólo pocos minutos antes habían sido personas, habían tenido sueños y esperanzas como él; no pudo evitar, no sin cierto rubor, sentirse feliz por no figurar entre aquella legión de desgraciados. Un instante de calma le inundó de repente como una Epifanía, se vio así mismo de bebé bajo los solícitos cuidados de su madre; ella lo arrullaba para que se durmiese o porque tenía fiebre o simplemente para regalarle sus mimos, poco importaba ahora el por qué.

  Al fondo, un astroso rayo de luz luchaba por abrirse paso entre las cenizas y las sombras, sus pasos se redirigieron, torpes, hacia allí. Algunos compañeros se aventuraban ya por la improvisada salida, no sabían lo que les esperaba allá arriba, lo más seguro: algún soldado enemigo tan asustado como ellos, dispuesto a lo que sea por dilatar algunos segundos más esta pesadilla, por seguir respirando así sin más, sin motivo, sin sentido.

  Cuando se ha tocado fondo, cuando piensas que nada puede ser peor, cuando por fin te rindes, entonces sólo pueden pasar dos cosas… Aquellos segundos contemplando el  Sol elevarse impasible y omnipotente sobre el horizonte, indiferente a las súplicas de aquellos infelices, como una liturgia que zahería y laceraba sus exánimes ojos acostumbrados a la penumbra sin retorno…, aquellos segundos, de beatífica belleza, aquellos segundos como una revelación…, cuando comprendes que no somos nada, cuando te dejas acariciar sin más por la brisa renovada, cuando te dejas ser, por fin humildemente, cuando aceptas tu destino, aquella Paz primera, en todo nuestro deambular no hacemos más que alejarnos de ella.

[Nuria, terminado a 31 - Agosto - 2021]


No hay comentarios:

Publicar un comentario