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martes, 6 de julio de 2021

DOÑA EVA

  Doña Eva, siempre preciosa, siempre presencia, faro incandescente en el Puerto de Navacerrada... Gira y gira sin parar, en su patio que da al Sur, con el Terry y el Chocolate, sus fieles perros, bailando con sus sombras. Giulietta de los espíritus, soñando al compás del sol de invierno.

  Ahora rescata un dudoso rastrillo, en realidad un trozo de hierro de Ikea, tesoro-escombro recuperado para su casa de las maravillas..., eterna Alicia de sesenta y pocos años; ahora un pino triste, abandonado, olvidado en las vías del tren; ahora te sirve un trocito de su corazón, en un puchero, aderezado con verduras y finas hierbas y un buen vino, por supuesto muy generoso; ahora te saluda con la mano, mientras se va haciendo cada vez más pequeña, cada vez más grande en la distancia, mientras nosotros, tal vez nadie, tal vez sólo una excusa para  hacerla feliz tan sólo tres o cuatro horas de su ubérrima vida, nos alejamos en el coche, hasta que sólo queda el fulgor de su sonrisa sobre los surcos, cada vez más pronunciados, que el viento serrano va arando sobre su cara..., ¡tan bonita!

  Doña Eva, contra el impío mundo, todavía resiste, todavía coloca una o dos piedras más en su refugio de montaña, todavía se levanta, ¡y aún con fiereza!, cada mañana, a pesar de casi todo, a pesar de casi tan poco..., todavía cosecha fresas otoñales, mucho más salvajes que las de Bergman, agridulces, auroras crepusculares incendiándolo todo de rojo y verde; todavía restaña las heridas de todos aquellos que necesitan consuelo, ya sean hombres o mujeres, perros o gatos, conejos, arbolitos titubeantes, malas hierbas (para su desgracia), hasta rocas y ramas caídas: espíritus atrapados en lo inorgánico, seres todos, en sí, desterrados como ella. ¿Quien lo ha querido así?

[Nuria. 12 - Enero - 2016]

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