[Juana Mateos Rodilla, autora del cuadro]
Alfonsina niña, de espaldas al mundo, esencial, como brizna de sal o de sueño, contempla el mar.
Se ha quedado varada, triste, cautiva en su cuadro de insaciable belleza: ya no recuerda el camino de vuelta a casa, Alfonsina Gray…
Alfonsina niña, contempla el mar… Y mira hacia el futuro, un futuro por delante, un horizonte por conquistar… Pobre, pobre niña Alfonsina, no sabe que el futuro es un viejo demente, tuerto y feo, triste y cansado, un tótem caído que elevaron los hombres sobre la cima más alta de la isla más frondosa de los mares del Sur. El más caído de todos los tótems, el más ultrajado, olvidado en no importa qué museo de una mínima ciudad venida a menos, despojado de su altar, en un rincón tétrico y lúgubre, rumiando su eterno sueño de recuerdos y esperanzas muertos, cubierto de una más que inmisericorde costra de roña y abandono hasta donde ya no alcanza la siempre ingrata y casquivana memoria colectiva. Tal es el saqueo, previsible por otra parte, de la especie inhumana sobre los dones de la vida, difícilmente se podría esperar otra cosa.
Alfonsina niña, contempla el mar. No, ahora es el mar quien contempla a Alfonsina. Ha bajado a la playa para jugar con ella y besa sus piececitos-pececitos de plata, y se remansa espumoso contra su regazo, y le susurra al oído cantos de Ballena, insondables, o cantos de Sirena, innombrables, que enloquecieran a los más gruesos, envilecidos marinos, allá por los tiempos de Ulises. Y la niña se ríe salvaje, como loca, no puede parar de reír. Lleva un vestidito de franela que titila de sol con cada bocanada de alegría. La mañana se va gestando, como buen guiso; poso a poso, grano a grano, la suave brisa marina riza y eriza la arena y la encrespa y la iza, y salpica traviesamente sobre los cuerpos desnudos de los cantos, los cangrejos, las conchas marinas, con un silbido espumoso y gatuno. Viene preñada de un fuerte olor salino y dulzón aderezado de algas, de pinos y de eucaliptos litorales, y se mece-adormece sobre la herrumbre-techumbre de los desvencijados botes que repiquetean unos contra otros con un martilleo monótono, desafinado y seco.
Una bandada de lenguaraces e irreverentes gaviotas surca el óleo, todavía fresco, como un augurio de negro humo, dejando tras de sí un mefítico olor a guano, alquitrán y plumas mojadas.
Ahora la niña sueña despierta. Ni el olor nauseabundo, ni los dantescos graznidos la perturban: solo es una niña, ha pasado de puntillas por la vida, recelosa, confusa, balbuciente, guarnecida siempre por las omnipresentes manos de su madre, manos de hogaza, generosas, tiernas y cálidas… manos de Madre, al fin.
¡Cuando sea mayor, seré Pintora, seré Enfermera, para aplacar el dolor en el mundo, seré Directora para… para…, bueno, pues eso, seré Directora y todo el mundo me querrá! ¡Seré muy feliz! —Barboteó solemne, como si quisiera convencerse a sí misma—.
El Sol, Vaca Sagrada, ramonea perezoso las últimas horas del atardecer. La bruma vespertina, algodonosa y rubicunda, Amarillo de Nápoles, se extiende ingrávida hacia las Colinas vecinales: todo se engalana, a su paso, de una atmósfera irreal, como de cuento de hadas. Alfonsina es ahora solo un Bostezo de sí misma (a vuela-pluma, como diría El Poeta). Solo los grillos disidentes elevan sus plegarias contra el embrujo de esta Playa de Area de Bon, que se sueña a sí misma una y otra vez en un eterno retorno.
Las últimas sombras se despeñan más allá de los cantiles gallegos del Fin del Mundo, donde todo termina —NON PLUS ULTRA—, donde las almas que penan se devoran a sí mismas de pura impotencia.
Alfonsina niña se ha convertido en Espuma de Mar, cautiva en su cuadro de insaciable belleza; volátil como la más elemental de las partículas, germinal, como Jonás en el útero de La Ballena, acabada, como todo lo imposible. En el mismo Vórtice, el Aleph, el Oro de Ulises…, donde el aciago demiurgo se retiró a descansar, al séptimo día, después de tanta chapuza…
[Nuria. 2017]